Luego del fuerte terremoto (8.8 en epicentro) vivido en Chile (3:34 UTC -3, 27 febrero) me tocó ver la fragilidad tecnológica en que vivimos.
En mi casa se cortó el suministro eléctrico unos 20 a 30 segundos antes de que el movimiento llegara a Santiago.
Una vez pasado el terremoto tomé mi celular e intenté llamar a mi abuela para saber cómo estaba, pero la red móvil ya estaba caída. Adicionalmente, no hay teléfono cableado en mi casa, sólo uno inalámbrico que deja de funcionar cuando no hay electricidad, el módem de VTR me indicaba que la línea de telefonía aún funcionaba.
No hay radio a pilas en casa, por lo que la única forma que teníamos para enterarnos de lo sucedido era emplear la radio incorporada en el celular, con lo que la batería duraría poco y nada.
No hubo caso de emplear el celular para comunicarnos, sólo a eso de las 19:00 llegó la electricidad y me despertó la llamada de una vecina. En ese momento llamé a mi abuela para saber cómo estaban, fue la primera y última llamada que pude realizar, luego de ello dejé de recibir señal por parte de VTR perdiendo de esta forma el TVCable, internet y telefonía.
El único medio al que podía recurrir era al celular, cuyo saldo había agotado unas horas antes del terremoto, al intentar cargar mediante VISA topé con otro problema, el enlace entre Entel y el banco estaba caída, motivo por el que mi transacción no podía ser realizada.
Al final me resigné y esperé hasta hoy 28 de febrero para ver si volvía la señal del cable y así recuperar internet y telefonía, no pude cargar el celular vía internet ya que las páginas de éstos no funcionaban.
En esta dependencia tecnológica tan grande en que nos encontramos inmersos vemos cómo volvemos a nuestras tecnologías básicas y recurrimos a velas, a guardar agua en botellas y a escuchar noticias en FM y AM.